domingo, 21 de diciembre de 2014



Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma... 

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, 
quieto en ángulo oscuro, 
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos, 
y en ti los vislumbraba, 
naturales y exactos, también libres y fieles, 
a semejanza mía, 
a semejanza tuya, eterna soledad. 

Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes; 
diverso con el mundo, 
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente 
quería una verdad que a ti te traicionase, 
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, 
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, 
por los viejos placeres prohibidos 
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo. 

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui, 
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; 
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo, 
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre, 
el bosque y su alentar pagano, 
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos, 
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad 
como el ave cansada los brazos de la piedra. 

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones, 
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante 
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, 
por quienes vivo, aún cuando no los vea; 
y así, lejos de ellos, 
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada, 
puras ante la espera de una revolución ardiente 
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. 

Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de siempre, 
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día; 
en ti, mi soledad, los amo ahora.