domingo, 13 de junio de 2010




Y ahora está aquí, frente a mí. Y la comparto con otras personas. Todo lo que era mío, sólo mío. Y repentinamente me veo corriendo a través de un laberinto hecho de momentos: nuestro primer encuentro, el primer beso, la primera vez…La explosión enloquecida de mi amor por ti. Y en un instante recuerdo todo lo que no he podido decirte, todo lo que hubiera querido que supieras, la belleza de mi amor. Eso es lo que hubiera querido mostrarte. Yo, simple cortesano admitido en tu corte, arrodillado delante de tu simple sonrisa, frente a la grandeza de tu reino, hubiera querido mostrarte el mío. Sobre una bandeja de plata, abriendo los brazos en una reverencia infinita, mostrándote mi regalo, lo que sentía por ti: un amor sin límites. Aquí tienes mi señora, ¿ves?, todo esto es tuyo. Sólo tuyo. Más allá del mar y en el fondo, allí abajo, más allá del horizonte. Y aún más, más allá del cielo y más allá de las estrellas, y aún más, más allá de la luna y más allá de lo que se esconde. Eso es, éste es el amor que siento por ti. Y más aún. Porque esto es sólo lo que podemos saber. Te amo por encima de todo aquello que no podemos ver, por encima de lo que no podemos conocer
Ya está, eso es quizá lo que también hubiera querido decirte. Pero no pude. No pude decirte nada que tuvieras ganas de escuchar. ¿Y ahora? ¿A quién puedo mostrarle las maravillas de ese gran imperio que le pertenecía? Te miro y ya no estás. ¿Dónde te has metido? ¿Dónde está esa sonrisa que me convertía en náufrago de certezas, pero tan seguro de felicidad?

Ella, hábil cortesana, dama impecable de ésa, su alta sociedad, de su corte dorada. Y baila, y se ríe y echa hacia atrás la cabeza y cascadas de pelo y perfume y de nuevo su risa. Y otra vez…Otra vez tú. Pero no teníamos que volver a vernos…Y siento todo mi dolor. Lo que no sé, lo que no he vivido, lo que ahora me falta. Para siempre. ¿Cuántos brazos te han estrechado para convertirte en lo que eres? Cuánta razón tienes. Qué cierto es. Qué importa. Al fin y al cabo, ella no me lo dirá, por desgracia. Por eso me quedo en silencio. Y la miro. Pero no la encuentro. Entonces voy a buscar esa película en blanco y negro que ha durado dos años. Toda una vida. Esas noches pasadas en el sofá. Lejos. Sin conseguir darme una explicación. Arañándome las mejillas, pidiendo ayuda a las estrellas. Fuera, en el balcón, fumando un cigarrillo. Siguiendo después ese humo hacia el cielo, arriba, más arriba, más aún…Allí, donde precisamente habíamos estado nosotros.
Cuántas veces he nadado en ese mar nocturno, me he perdido en ese cielo azul, llevado por los efluvios del alcohol, por la esperanza de encontrarla otra vez. Arriba y abajo, sin tregua. Por Hydra, Perseo, Andrómeda…Y abajo, hasta llegar a Casiopea. La primera estrella a la derecha y después todo recto, hasta la mañana. Y otras muchas. Y a todas les preguntaba: <<¿La habéis visto? Por favor…He perdido mi estrella. Mi isla, que no existe. ¿Dónde estará ahora? ¿Qué estará haciendo? ¿Con quién?>>. Y a mi alrededor, ese silencio de esas estrellas entrometidas. El ruido molesto de mis lágrimas agotadas. Y yo, estúpido, buscando y esperando encontrar una respuesta. Dadme un porqué, un simple porqué, cualquier porqué. Pero qué idiota. Ya se sabe. Cuando un amor se acaba se puede encontrar de todo, excepto un porqué.